Que el pequeño Pequinés sea fruto de los amores de un león y una mona no es más que una leyenda, pero lo que es irrefutable es su origen totalmente chino y que se trata de una de las razas más antiguas del mundo.
Extendido por toda China, fue criado y conservado en el palacio imperial durante siglos. Precisamente los ejemplares salvados durante el saqueo del Palacio de Verano dieron origen a las diferentes ramas que existen hoy en Occidente, garantía absoluta de la pureza de la raza, reforzada aún más por los criadores que se dedicaron a conservarla por rigurosa selección.
El Pequinés es una de las veinte razas de perros predilectas de los ingleses. En Francia se fundó el primer club del Pequinés en 1904. Este perro fue muy buscado en el período de entreguerras.
El Pequinés, ese perrito de lujo de suntuoso pelaje, nariz chata y andar extraño, a un tiempo digno, indolente e incluso algo condescendiente, representa por excelencia el animal mítico al que se atribuyen infinidad de leyendas.
La de su nacimiento, por ejemplo: un león se enamoró cierto día de una mona. Respetuoso con las conveniencias pidió al dios Hai Ho permiso para desposarse con su amada. El dios se lo concedió, pero a condición de que el león renunciase por amor a su tamaño y a su fuerza. De esta forma nació el pequeño Perro-león.
Otra leyenda hace honor a su inteligencia: crónicas del siglo VII relatan que este perro era capaz de guiar un caballo, colocado sobre un cojín en la parte delantera de la silla, o de alumbrar a su amo con una antorcha atada a la espalda.
Símbolo del león defensor de Buda, el Pequinés siempre ha llevado una vida fuera de lo corriente. Durante casi dieciséis siglos fue propiedad exclusiva de la corte imperial china, mimado y honrado tras los muros de la Ciudad Prohibida, pero también sacrificado cuando moría su amo, al que debía proteger en el más allá.
Era tal la veneración que inspiraba este perro sagrado que todo el mundo se inclinaba a su paso y quien robaba un Pequinés era condenado a muerte. Naturalmente abundan las representaciones artísticas del Pequinés.
Se ha encontrado su efigie en un bronce coreano de cuatro mil años de antigüedad. Aparece en el curso de los siglos en lacas, jades y porcelanas. Las familias lo retrataban tradicionalmente sobre seda para transmitirse su recuerdo. Son particularmente famosas las bellísimas pinturas sobre seda de Nan-Ping, de finales del siglo XVIII.
Su época más gloriosa transcurrió en China entre 1820 y 1860, y este último año llegan a Europa los primeros Pequineses, tras la caída de Pekín, salvados del Palacio de Verano por soldados del cuerpo expedicionario anglofrancés. Como los perros reales no debían caer jamás en manos impías, todos habían sido sacrificados con excepción de unos pocos librados de su triste destino en el último instante y ofrecidos más tarde al duque de Richmond, que consiguió las primeras crías, y a la reina Victoria. Desde entonces, el Pequinés desaparece en China o se democratiza a través de numerosos cruces, mientras prospera en Europa.
La emperatriz Ts’eu-Hi
A principios de siglo, los únicos Pequineses de raza pura que quedaban en China eran los de la emperatriz Ts’eu-hi.
Al mismo tiempo que fomentaba su cría, luchaba contra la costumbre de drogarlos con alcohol de arroz para favorecer el enanismo y prescribió una especie de standard estableciendo principios de educación refinadísimos en cuanto a su alimentación (aletas de tiburón, hígados de chorlito real y pechugas de codorniz) y estética: “Procurad que un collar que atestigüe su elevada dignidad orne su cuello; cuidad que su color sea el del león para que se le pueda llevar en la manga de un traje amarillo.
Procurad que sus patas delanteras estén arqueadas para que no tenga deseos de salir del recinto imperial…” Por desgracia, todos los Pequineses de la emperatriz fueron inmolados, siguiendo la tradición, a su muerte, acaecida en 1911.
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Aunque el pequinés requiere pocos cuidados físicos, hay que acostumbrarlo a un buen cepillado diario y limpieza semanal de las arrugas de la cara y ojos. Debido a que tiene un manto abundante y largo, conviene no sacarlo a pasear en lugares que no estén limpios, ya que recoge la suciedad en su melena.
Este perrito refinado ha conservado de su fastuoso pasado un marcado gusto por los cojines de seda de los palacios orientaes y una relativa aversión a los paseos demasiado largos. Buen guardián, avisa a la menor alarma. Distante con los desconocidos, consagra a su amo un amor exclusivo por poco que éste sepa respetarlo. Es un perro vigilante, y tienen cierta tendendia a convertirse en pequeños dictadores debido a su permanente disposición a defender a su amo y sus propiedades.
Es un animal muy robusto, por lo que no posee especial predisposición para ninguna enfermedad en concreto. Como perros de compañía, el Pequinés ha pasado por una selección muy intensa. Por eso, esta raza suele ser muy resistente. Sin embargo, como cualquier perro, pueden ser propensos a enfermedades genéticas y oculares.
Según la base de datos de enfermedades de transmisión genética de la Universidad de la Isla del Príncipe Eduardo, este es el listado de las enfermedades más frecuentes del Pequinés, para las cuales se están haciendo esfuerzos para erradicarlos en la medida de lo posible. Estas enfermedades pueden afectar seriamente la salud del animal y requerir intervención veterinaria o quirúrgica.
Las enfermedades congénitas de la raza han sido clasificadas según los diferentes tamaños por la Universidad de la Isla del Príncipe Eduardo:
El pequinés es un animal de compañía perfecto. Es amable, solo ladra cuando hay motivo y necesita mucho cariño y ternura, aunque siempre hay que cuidar no excederse en los mimos. Es apropiado para personas tranquilas y ancianos que deseen un perrito pequeño y atractivo con mucho sentido de la comodidad, que al mismo tiempo es un excelente guardián de la casa y el jardín. No es adecuado para familias con niños o muy deportivas o poco hogareñas.